lunes, 30 de marzo de 2020

Raíces


“Cambia tu opinión pero mantén tus principios. Cambia tus hojas pero mantén tus raíces” V. Hugo.




Más de 7 años han pasado desde que el 23 de enero de 2013 iniciáramos la aventura de este blog. En este transcurso de los años, han sido muchos los temas abordados, algunos tan diversos como la felicidad, el valor de lo invisible, de la familia, del recuerdo de aquellos olvidados y la mención a nuestro pasado. Hemos viajado en la transparencia de una “mirada abstracta”, hasta encontrarnos con “un adiós que es para siempre”.


También nos hemos hecho eco “del tiempo que nos queda”, y en esta dulce travesía, hemos aludido a nuestra esencia más verdadera y “que no te digan lo que eres”. En este paseo nos dimos cuenta de la maravillosa oportunidad de disfrutar de las pequeñas cosas en la “perfecta imperfección”, porque como aludía aquella entrada, “no esperéis la perfección y vuestros deseos para poder disfrutar cada bocanada de esta vida. Para apreciar ese atardecer aunque el cielo amenace tormenta; para maravillarse con la arbitrariedad de una noche estrellada; para contemplar el laberinto de edificios en la colina de una gran ciudad; para fascinarse con el vaivén de las olas en una orilla cualquiera; para valorar la compañía de aquel que nos tiende la mano. Ama la imperfección, aprecia la vida. Porque si valoras la imperfección, podrás hacer de este mundo un idilio en el que vivir.”

Aquellas tardes contemplando el ocaso desde una pequeña ciudad cualquiera, repleta de banderas y egos del pasado, tomamos conciencia de lo que era “la llamada patria”, pues “aún queda esperanza en el obrero que cada mañana se levanta para sacar este país adelante, que hace del sudor de su frente su bandera y que tributa de manera honrada como una hormiga que intenta cargar a sus espaldas el peso de un país entero.(..) Porque no hay derechas ni hay izquierdas, no hay rojos ni azules; no hay verdades absolutas ni leyes impolutas; no hay ideas que tengan supremacía sobre otras. Para que crezca un país es necesario que crezcan las personas, que se carguen de humanidad y se conviertan en personas repletas de solidaridad, de honradez, de honestidad…”.

En algunos momentos, la reflexión se convirtió en un profundo análisis de la sociedad, pues como ya vaticinábamos en 2016: “Estaba claro que algún día llegaría ese momento; el momento de despertar y darse cuenta de que no podemos  presumir de un país que a pesar de tener los mejores equipos de fútbol, los mejores estadios, los mejores toreros, las mejores playas de Europa y demás motivos de ocio, encabeza la lista de parados, de paro juvenil, de abandono escolar, de familias en riesgo de exclusión social y de pobreza infantil”.

A lo largo de estos años también tuvimos tiempo para disfrutar del paseo y apreciar con absoluta delicadeza “la luz del camino”, esa que transciende al tiempo y el espacio, esa que aguarda en la esencia de todo viaje, de toda meta, pues “no importa cuán lejos parezca, el que se esfuerza podrá caer una y otra vez, pero tarde o temprano, de forma inevitable, el exterior reflejará la lucha interna que durante meses o años, ha llevado a cabo en silencio. Porque las mejores batallas, son aquellas que se sustentan con uno mismo, ante la oscuridad de un camino que paso a paso, se hará más brillante cada vez.”

Ahora en pleno 2020, día 15 de confinamiento, puedo afirmar que cuando más temerosa sea la situación, cuando la incertidumbre inunde las calles y más oscuridad tiña el futuro, más se debe uno a sus principios, a sus raíces. Muchos de nosotros nos enfrentaremos a situaciones desagradables, insólitas, que harán tambalear nuestros pensamientos y harán replantearnos el por qué de las cosas. El por qué no compartí esa cerveza con el amigo que siempre me insistía, por qué le negué ese abrazo a mi abuelo cuando podía, por qué no le dije a aquella persona lo que sentía por ella, o por qué no pasé más tiempo con mi familia. Tendemos a carecer de lo esencial, volvemos a echar de menos las pequeñas cosas y eso, de nuevo, nos llena de pureza, de humanidad.

Algunos de nosotros escogimos una profesión que a día de hoy se ha convertido en una profesión de riesgo. Cuidados a domicilio, profesional sanitario, cuerpos de seguridad, transportistas, vendedores ambulantes, dependientes de supermercado… Todos estamos en un momento determinado de nuestras vidas y todos, desarrollamos una actividad determinada, que detrás acarrea un motivo. Cada uno con su propia razón, pero en el fondo de todos nosotros, las ganas de regresar pronto y con libertad, cerca de nuestros seres queridos. Hace unos años ya nos dimos cuenta en este blog de que “no importa el qué, sino es con quién”.  “Y por este camino, descubrí que un día sin ellos, es un día perdido. Porque el tiempo no se pierde si esperas un bus o un tren, si pasas un día entero encerrado en una biblioteca o currando en una oficina; porque el tiempo no desaparecería si a tu lado, ellos estuvieran siempre (…).”

“Y vosotros, que ocultáis vuestros rostros tras estas palabras, que habéis vivido la necesidad de viajar y alejaros de vuestros seres queridos, que habéis soportado el adiós de un familiar o un amigo cercano, que habéis visto como poco a poco desaparecían esas personas de vuestras vidas, hundidas en la necesidad o sepultadas bajo tierra en una muerte lenta y dolorosa, todas esas personas que hoy leen esto y comparten con nosotros cada una de estas palabras, no permitáis jamás que el tiempo os ciegue en el olvido, no dejéis nunca de sentir cerca a cada uno de esos escuderos que tenéis vuestras espaldas mostrando que un día cualquiera puede convertirse en un día especial.”




A día de hoy cuando una persona yace enferma cerca de mi regazo, cuando una lágrima se derrama en la mejilla de un familiar, o cuando un sollozo rompe el silencio de una sala de espera recurro a mis principios. Allí me sostengo en mis raíces y encuentro todo tipo de contradicciones: “tantos lugares llenos de gente pero ausente de personas; tantos talonarios repletos y corazones congelados; tantas plazas silentes y bancos ruidosos; tantas verdades ocultas y tantas mentiras mostradas;  tantas falsas sonrisas y tanto dolor verdadero; tantas casas vacías y tanta gente que vive en la calle; tantos con capacidad para llegar lejos y tan pocos que lo hacen por no creer en su sueño, por no tener claro su objetivo en la vida; tantas personas con un objetivo claro y que sin embargo, no tienen posibilidad de llevarlo a cabo; tantos niños sin infancia y tantos parques sin niños;  tantas conversaciones en los móviles y tanto silencio en cada mirada, en cada encuentro, en cada compañía; tantos libros repletos y tantas mentes ausentes de conocimiento que recitan sin aprender; tantos campos de fútbol y tanto fracaso escolar; tantas plazas de toros y tantos recortes en la sanidad…(…)” . Entonces en la dificultad de los medios, en el apoteósico malestar que genera la muerte y su desconcierto, en ese aura que precede al drama, recuerdo el sueño de un niño. Y pienso en qué pensaría él de esta situación, de todo lo que hubiera dado por llegar a tener la oportunidad de formar parte de una profesión que hiciera del mundo, un lugar  menos hostil. Un lugar mejor en el que vivir. Es entonces cuando uno abre los ojos, y  la vida adquiere todo el sentido del mundo.



domingo, 27 de octubre de 2019

La profecía autocumplida


“La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo” 
Nelson Mandela



Tanto en la educación como en otros ámbitos de la vida, se abren muchas puertas en el mundo de las expectativas y cómo estas afectan en el rendimiento de la persona. Ahí es donde aparece el conocido como efecto Pigmalión, descubierto por Rosenthal y Jacobson en 1968, y que podemos corroborar con una serie de publicaciones como las realizadas en la Universidad de Duquesne, Pennsylania. En ese estudio se informó a una serie de profesores que entre sus alumnos había varios que habían obtenido una elevada puntuación en las pruebas de inteligencia. Más tarde, se les indicó cuáles eran los niños que mejor resultado habían conseguido en dichas pruebas y lo que esto suponía de cara al futuro.

Lo cierto es que en realidad, estos chicos que habían sido elegidos al azar para el estudio, tenían un cociente intelectual similar al resto de la clase. No eran alumnos superdotados cómo les habían hecho creer a los profesores. Esto influyó subconscientemente en el comportamiento de los profesores, provocando sutilmente un trato más cuidado hacia los alumnos señalados. ¿El resultado a final del curso? Los niños que habían sido elegidos al azar como supuestos superdotados y que en realidad tenían un cociente intelectual normal, finalmente consiguieron resultados académicos notoriamente superiores al resto de la clase.



Este experimento generó gran expectación, siendo una muestra de cómo las creencias depositadas en una persona, pueden llegar a cumplirse en realidad. Aunque parece un efecto mágico, lo que sucede es que los profesores generan unas expectativas sobre el comportamiento de distintos alumnos y los van a tratar de forma diferente de acuerdo a dichas expectativas. Puede ser que a los alumnos que ellos consideran más capacitados les den más y mayores estímulos, más tiempo para sus respuestas, etc. Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, responden de manera diferente, confirmando así las expectativas de los profesores. 

Este efecto también puede llevarnos a la siguiente reflexión: ¿el alumno que no llega a conseguir sus metas es porque no tiene las capacidades suficientes desde nacimiento? O en cambio, ¿el alumno que no llega a conseguir sus objetivos es porque no se le depositó la paciencia, fe, y confianza suficientes? Que seamos uno de los países de la Unión Europea con más abandono escolar, ¿es una cuestión  de capacidades intelectuales  que tenemos aquí? O más bien, ¿la ausencia de suficientes estímulos y motivaciones para nuestros jóvenes? Es decir, la falta de personas que depositen el efecto Pigmalión en nuestro camino.

A menudo se tiene la errónea creencia de que la enseñanza comienza en el colegio. Que toda la responsabilidad debe caer sobre el profesor. Cuando en realidad, el aprendizaje comienza en casa. Los pequeños imitan lo que los mayores realizan, las frases que recitan, los hábitos que tienen. Sin olvidar las creencias; sí, también las creencias. Es difícil que un joven o una joven lleguen lejos en los estudios si cada día escuchan en casa: “Hijo, ponte a trabajar, tú  no vales para estudiar. Viene de familia y tú no vas a ser excepción” O frases como: “Hija, ese trabajo es para hombres. Dedícate a otra cosa”.  Frases que un día no hacen mella. Pero día tras día, van lapidando la creencia de nuestros jóvenes. El efecto Pigmalión empieza con nuestros padres.

En el lado opuesto encontramos los jóvenes que tienen apoyo familiar, pero éstos carecen de los recursos suficientes. Como exponente podemos poner la historia de Wang Manfu, el joven chino que recorría hasta 5 Km desde su casa, en medio de un bosque, hasta el colegio para poder ir a clase. Llegando a soportar, en ocasiones, temperaturas de 10 bajo cero (viral se hizo la imagen del joven con el pelo congelado, como un copo de nieve). Sólo alguien con la capacidad de valorar la educación como pilar fundamental sobre la que se sustenta el conocimiento y en general, la sociedad, es capaz de pegarse semejante paliza para sentarse en un aula. Sin embargo, aquí con las facilidades que tenemos, muchos jóvenes rechazan esta oportunidad. ¿Será que a veces no se valora lo suficiente porque nos fue dada sin esfuerzo?

Wang Manfu, al llegar a clase, 2018.

No obstante, cuando el niño ya está en la escuela, nos encontramos otro dilema: es el Síndrome Salomón. “En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él. Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros. La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta.

Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les preguntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría.”

Este experimento mostró que estamos más condicionados de lo que parece, desenmascaró la falta de confianza en nuestras propias decisiones y además, constató una realidad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos.  La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría. Esto hace que la libertad de pensamiento se vea coartada, que nuestros actos se vean condicionados y que el brillo de nuestras cualidades, se difumine en un tenebroso anhelo por encajar en nuestro entorno; el deseo de no destacar para no ser juzgado, para no ser señalado, para no sentirse culpable por ser diferente. En los patios de recreo a  veces se persigue hasta el abatimiento la brillantez, cuando debería ser venerada como cuán osado persigue el auténtico sueño americano.

Antes de despedirnos, diremos que todos necesitamos a alguien que crea más en nosotros que nosotros mismos. Alguien que en los momentos más difíciles, encienda la llama de nuestro furgor interior; ese fuego más profundo que está deseando ser descubierto. Alguien que deposite el efecto Pigmalión con tanta fuerza, que nuestro camino se convierta en una travesía inevitable hacia nuestras metas. En el camino también necesitaremos profesores que nos muestren su confianza, su tiempo, su paciencia. Que nos muestren la pasión por su profesión en cada lección. Que no se queden en la simple lectura de diapositivas, sino que emocionen con cada enseñanza, que asombren con cada materia para que ir al centro educativo no se convierta en una obligación, sino en una gustosa necesidad. Para ello necesitamos un estado que, al igual que el joven Wang Manfu, valore lo suficiente la educación como para dotarla de los medios necesarios, para que profesores excelentes, que los tenemos, tengan la posibilidad de enseñar a los jóvenes de la mejor forma posible. Con una educación pública, libre, que no coarte diferencias en el pensamiento, que apoye el talento y sepa descubrir las diferentes presentaciones de éste. Una educación que proteja al excelente, y persiga el acoso escolar. Que preste las herramientas suficientes para que niños como Diego González, Carla, Jokin o Aránzazu no vuelvan a derramar una lágrima en vano; para que jóvenes así,  no vuelvan a tener un drástico final.

En definitiva, una educación que nos cultive en la bondad de alabar el éxito ajeno y nos llene de confianza para que algún día, cultivemos el nuestro propio.  



“Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”. Marianne Williamson

Gracias a los profesores que cada día ayudan a cultivar semillas para que algún día, recojamos frutos.


domingo, 5 de mayo de 2019

Cómplices


“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar” A. Davis




Es una idea muy extendida la creencia errónea de que feminismo es algo así como el “machismo de las mujeres”, por lo que se tiende a creer que mediante este movimiento, se pretende conseguir privilegios por parte de éstas o perjudicar al género masculino. Si atendemos a su significado en la RAE:
Feminismo
Del fr. féminisme, y este del lat. femĭna 'mujer' y el fr. -isme '-ismo'.
1. m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.

Por lo que no es cierto lo que dicen aquellas corrientes que hablan de acabar con el feminismo, incitándonos a buscar la igualdad entre el hombre y la mujer. Feminismo es sinónimo de igualdad, pero es el desconocimiento sobre el concepto, la ignorancia hacia este movimiento, lo que lleva a confusión a muchas personas, y sacar provecho a varios políticos que pretenden acabar con lo que realmente el feminismo representa.

Según el balance de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género unas 18 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año en España. De estas, tan solo una había interpuesto una denuncia previa. Con estos datos aterradores, que pueden tener varias lecturas, se puede llegar a entender que muchas de ellas no habían denunciado por miedo a represalias, no habían sido informadas de los medios que tienen a su disposición o pensaron que estos son insuficientes. Con los datos en la mano y con 18 mujeres enterradas solo en lo que va de año sorprende que haya gente que fije su atención en las denuncias falsas (un porcentaje ínfimo, sin tener en cuenta de que muchas personas retiran su denuncia por miedo a las consecuencias) y que critiquen el protocolo establecido de retener al presunto maltratador, pues los protocolos se establecen para evitar consecuencias mayores. Como por ejemplo cuando salta la alarma de incendios de un edificio, se desaloja a la gente para evitar que alguien sufra daños, sin saber a ciencia cierta el alcance del incendio y si este existe o no. Algo así ocurre en este caso, pues si realmente la presunción de maltrato es una certeza y no se retiene al maltratador, la ira por la denuncia puede acabar ardiendo y acabando con la vida de la mujer maltratada. La muerte ya no tendría solución; el encarcelamiento provisional, sí. La solución en todo caso para evitar las denuncias falsas no es romper un Pacto de Estado sobre las medidas en caso de violencia machista, no es perseguir a las personas que trabajan para este fin; sino en cualquier caso, endurecer las penas contra las personas que denuncian y se demuestra que son falsas.

Es de entender que si las más perjudicadas por la falta de igualdad son las mujeres, estas abanderen el movimiento feminista. Imagen que en multitud de ocasiones ha sido utilizada erróneamente para argumentar que lo que pretende este movimiento es generar enfrentamiento entre los dos géneros. Ahora os pondré un ejemplo un poco campechano para entendernos: supongamos en un mundo imaginario que usted, hombre, por el simple hecho de ser hombre ha ganado 5 pesetas menos haciendo el mismo esfuerzo y con las mismas responsabilidades que su homónima mujer. Obviamente lucharía por impartir justicia, por ganas esas 5 pesetas que se merece o al menos intentarlo, aunque eso implicara igualar su salario a 3 pesetas  tanto a hombres como mujeres para repartirlo equitativamente. Ahora imagínese que esa mujer que gana 5 pesetas más por su género le dice que es mentira, que la desigualdad no existe, que es una invención, y que desde su posición ventajista va hacer todo lo posible para que no se lleven a cabo estas medidas pues a ella le supondría perder dos pesetas. Ahora trasladémonos a la vida real y naufraguemos en la historia: la partida ventajista siempre fue de los hombres, luchar por la igualdad y por acabar con esa posición ventajista no es una cuestión de perjudicar al hombre, es una cuestión de justicia, de igualdad. Sólo un hombre con personalidad egoísta, tomando el ventajismo como una cartera de privilegios, se aferraría a ella para evitar la igualdad real a cualquier costa. Porque sabe que si la igualdad no llega, a él no le va afectar. Eso, señores, es egoísmo y en el mundo hace falta más empatía.

La primera vez que tuve conciencia de que la desigualdad entre géneros era real y venía de tiempo atrás fue cuando en una clase del instituto, me mencionaron la historia de Rosalind Franklin. Esta mujer, una experta en obtener imágenes mediante la difracción de rayos X, fue la primera persona en obtener las primeras imágenes sobre la auténtica estructura del ADN que tanto se rebatía por aquella época. Sus contribuciones y estudios fueron utilizados, incluidos cálculos cristalográficos, de un modo un tanto polémico en las formas, por Watson y Crick para completar el modelo de la doble hélice.  Debido a desacuerdos con la dirección del King’s College, ella se vio obligada a abandonarlo y ellos utilizaron sus imágenes para completar la estructura. Antes de publicar Watson y Crick su modelo en la revista Nature, Franklin describió en la en la revista Acta Crystallographica que el ADN tenía una estructura de dos cadenas formando dos hélices. Finalmente Watson y Crick obtuvieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962. En este defile de premios, el  nombre de Rosalind Franklin no se mencionó ni se reconoció su contribución en dicho avance científico sin precedentes y ella años más tarde acabaría falleciendo de un cáncer de ovario. Pasados unos años, Francis Crick afirmó que la investigación y datos obtenidos por ella fueron clave para la determinación del modelo de Watson y Crick de la doble hélice del ADN en 1953, hasta el punto de que Watson afirmó de que Franklin debió haber sido galardonada también con el Premio Nobel de Química, junto con Wilkins.

No obstante, la desigualdad va más allá de la violencia de género, puede palparse en las ciudades, en los barrios y en cada una de sus calles. Que expresiones “ser la polla”  tengan una connotación muy positiva, y en cambio, “estar hasta el coño” tenga un significado negativo no es casualidad. Que “ser un zorro” tenga una connotación positiva que implique inteligencia, astucia, y en cambio, “ser una zorra” quiera decir que eres una prostituta o algo similar, lejos de ser anecdótico, es una muestra de lo arraigado que lo tenemos. Sin embargo, debemos tener en cuenta de que además de cambios en el lenguaje, son necesarios cambios reales en el ámbito laboral, en las condiciones de trabajo, en los puestos de responsabilidad.

Según datos de Intermón Oxfam(1):
—Las mujeres ganan un 20% menos que los hombres, situación que no ha mejorado desde el inicio de la crisis.
—El 64% de las personas trabajadoras con bajos salarios son mujeres.
Según el informe elaborado en 2018 por Grant Thornton “Cumplir o Liderar”, que analiza la situación en 35 países…
—España ocupa el puesto 23 de un total de 35 en el ranking de países por número de mujeres directivas.
—Siguen existiendo empresas sin mujeres al mando, de hecho 2 de cada 10 empresas no cuentan con ninguna mujer en puestos directivos.

Como nos recuerda Intermón Oxfam, cada cifra habla de personas que no son tratadas de igual forma que otras en la misma situación, ahí es donde reside la desigualdad.
Los cimientos del feminismo deben sustentarse sobre una educación sólida que inculque estos valores de igualdad entre el hombre y la mujer, de respeto entre ambos y de rechazo a la violencia de género. Que nos haga ver similares ante los mismos puestos de responsabilidad. Que respete la imagen física y su sexualidad independientemente del género: no más acosos, no más violaciones, no más “manadas”.



Cuando ninguna mujer tenga que caminar aterrada en la soledad de la noche por la presencia de un hombre; cuando ninguna mujer se sienta incómoda por la insistencia de un hombre en una discoteca o por un comentario denigrante; cuando ninguna mujer se sienta juzgada, examinada de arriba abajo por su vestuario en una ciudad cualquiera, en una parada cualquiera, en un metro cualquiera, podremos decir que la educación transformó la igualdad en una realidad.

Hasta entonces me pregunto si la pasividad, la indiferencia o las posiciones ventajistas nos convierten en cómplices de la falta de feminismo, de la ausencia de esta igualdad real, de que cada año decenas de mujeres, sin merecerlo, pierdan la vida.



       1. https://blog.oxfamintermon.org/la-desigualdad-de-la-mujer-en-el-mundo-laboral/

domingo, 3 de marzo de 2019

El valor de lo correcto



“Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.”
J.L. Borges

El pasillo del supermercado estaba repleto de productos. Un niño de baja estatura se acercó hasta la zona de las frutas y de puntillas, con sumo cuidado, cogió una manzana. La observó por un instante con curiosidad. Palpó su superficie lisa. Y en un arrebato de ingenio, tiró de la manga de la chaqueta de su madre.
—¡Mamá! ¡Mamá!
—¿Qué quieres?
—¡Mamá! ¡Mamá! —insistió.
—¿Qué quieres, hijo? Suelta mi chaqueta que la vas a dar de sí.
—¿En qué fábrica hacen las manzanas?
—¿Fábrica? —preguntó la madre asombrada.
—Sí, fábrica.
—¿Por qué piensas que vienen de una fábrica? Las manzanas vienen de un árbol, en el campo cariño.

El niño, pensativo, se tomó unos segundos para su respuesta y prosiguió.

—¡No! Son de fábrica porque vienen en cajas de cartón. ¡Sin tierra!

Esta escena que presencié, tuvo lugar en un supermercado de una ciudad cualquiera, en un momento en el que la artificialidad de la realidad es el producto que a menudo consumimos, a veces, sin darnos cuenta. Y aunque esta madre quedó sorprendida por el razonamiento de su hijo, es cierto que el crío tenía sus argumentos para pensar de aquella manera.

Es prácticamente una constante que muchas de la frutas que consumimos sufran un proceso de “maquillaje” antes de llegar al consumidor, mediante máquinas de cepillado y encerado, entre otras. Con ello se busca que el producto sea más atractivo para el consumidor, más idealizado (podemos tener en mente la típica manzana de un solo color, brillante de superficie lisa que incluso puede llegar a reflejar la luz). Sin embargo, en este proceso de selección, de exigencia, muchas frutas no llegarán a ser consumidas por no llegar a alcanzar esos estándares “de belleza” y acabarán en el cubo de la basura.  ¡Ojo, que la fruta tenga una leve imperfección no implica que esté mala! Es una cuestión de apariencia.


Pues bien, detrás de esta exigencia en la apariencia que impone la sociedad (y esto es aplicable cada vez a más sectores), detrás de cada fruta perdida, de cada hortaliza que arrojamos a la basura, el esfuerzo de una persona también muere en vano.  Decía Borges que “esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”. Y razón no le falta. Esas personas que en el anonimato se dignan a cumplir de manera honrada con su labor. A transformar el planeta en un lugar mejor, con el mayor beneficio que la satisfacción propia. Esas están salvando el mundo diariamente. En silencio.

Cada mañana se levantan antes de que el sol se asome en el horizonte. Y aún en la oscuridad del cielo, se montan en su tractor para labrar la tierra con perseverancia. No importa que el termómetro marque bajo cero, que las puntas de los dedos se tornen azuladas por el frío invernal o que el viento azote tan fuerte que la cara acabe quemándose enrojecida ante tal vendaval. No importa que en verano el sol apriete tan fuerte que cada paso en ese suelo árido se convierta en una travesía por el desierto, donde la sed continua, las quemaduras solares, la tierra ardiente paseándose por su calzado, sea la constante. No importa que el dolor de las lumbares se presente como un infierno cada vez que se agachan para recoger el fruto. No importa que las articulaciones de la mano acaben desgastadas o con hormigueos de tanto usar las tijeras de podar. Ellos están ahí cada mañana, cada tarde, cada día. 

En un mundo de traje, corbata y zapatos, ellos visten con una camiseta vieja, unos vaqueros descosidos y unas botas con tierra.

En un mundo donde la gratificación instantánea se persigue hasta la saciedad, ellos labran la tierra con paciencia y destreza, como un alfarero moldeando la arcilla que dará lugar a la obra que tiene entre sus manos. 

En un mundo donde el postureo es el nuevo dogma y el qué publicar en Instagram se convierte en una necesidad recurrente, ellos convierten la lluvia y el tiempo en su preocupación transcendental.

Quizá sea esta sencillez lo que los hace únicos. Y no, no coparán las portadas de los periódicos. No aparecerán en la cabecera de los informativos ni llenarán los programas de radio. No tendrán contratos millonarios ni cláusulas de rescisión estratosféricas. Pero son los que en su origen, cultivan los alimentos para que tú puedas comer. A pesar de que  existen muchas profesiones más pagadas, ¿puede haber algo más vital y básico que la alimentación?  Muchos justificarán la ley de la oferta y la demanda… que el precio bajo que el agricultor recibe es consecuencia de un exceso de productos.  Ante tal cuestión me abruma otra: cómo ante el supuesto exceso de producto permitimos que España, según un informe de Unicef, sea el tercer país de la Unión Europea con más pobreza infantil. Sorprende que en países tan “civilizados” aún haya tantos niños que pasan hambre cada año.  También me pregunto si al comprar el producto tan barato de otros países, estamos favoreciendo al mismo tiempo su explotación, obteniendo como resultado un desequilibrio económico tanto aquí como allí. 


Sin embargo, es admirable que ante la incertidumbre de dónde acabará el producto, de cuánto pagarán por ello, de si será un precio justo o un año más habrá empresas que acordarán precios paupérrimos que pagar al agricultor; este levante el lomo y cargue con toda su responsabilidad a las espaldas para que en nuestro plato no falte de nada. Es fascinante esa dedicación, esa constancia en cada paso que muestran. Luchando cada mañana con la posibilidad de que una tormenta tire por tierra todo el esfuerzo de meses atrás, soportando la duda de que una sequía arruine cada cosecha. Conscientes de que aquello que logras levantar tras un año de sacrificio, sudor y trabajo, puede desvanecerse en un suspiro.

Cada vez que al recorrer una carretera  veas una parcela de tierra labrada, podrás observar la esperanza materializada de un trabajador que sin importar el resultado, las consecuencias o el beneficio real de su trabajo, se levanta cada día para sacarlo adelante. Y es entonces cuando podrás comprender que cada uno de nosotros guarda dentro de sí una parte de agricultor, de esfuerzo en silencio, de proyectos por cumplir.

En el transcurso de esta metáfora y volviendo de nuevo al producto, cada vez que tiramos un alimento, no estamos valorando el esfuerzo que alguien depositó detrás. Esto es aplicable a otras situaciones o profesiones donde las circunstancias no permiten valorar la dedicación que se esconde detrás del resultado; detrás de cada éxito, de cada fracaso. Porque oculto e invisible, una persona labró con el alma aquello que hoy desprecias. ¿Y qué sería de una sociedad donde el esfuerzo dejara de ser recompensado? ¿Qué sería de una sociedad donde sólo sus valores se fundaran y residieran en lo mediático?

Sólo podemos dar las gracias a los que, todavía hoy, se dejan el alma en cada intento, a los que mantienen el esfuerzo por bandera y la perseverancia como himno. A los que se  dignan a hacer lo correcto con honradez, sin obtener el máximo beneficio. A todos ellos: podéis estar orgullosos, estáis salvando el mundo.